miércoles, 13 de abril de 2016

EL VERDADERO PODER DEL MIEDO.


Miedo y fundamentalismo van siempre de la mano ya sea en la religión o en la política; miedo a la condena de las almas, al castigo eterno, al infierno o a quienes creen en otro dios o aun creyendo en el mismo lo miran de manera distinta en el caso de la fe. 

Al enemigo interno o externo, depende del momento histórico, que amenaza con despojarnos de nuestra libertad y nuestro patrimonio, al que intenta destruir nuestra patria y atenta contra nuestra forma de vida en el caso de la política.

El miedo, explotado desde el poder o por aquellos enfrascados en la lucha por el mismo, es siempre una herramienta poderosa y rentable, la más efectiva de las armas; produce votos de los inseguros que buscan en la “mano dura” la ilusoria solución a los problemas, inhibe la participación de aquellos que podrían inclinar la balanza en otra dirección, viste con el san benito de los pecadores y herejes a los opositores, permite, en tanto despierta los más primitivos instintos en el ser humano, la construcción de consensos inauditos y despiadados, prostituye, corroe, corrompe a los seres humanos y por supuesto a lo que es –o debería ser- uno de los más acabados productos de la civilización: LA DEMOCRACIA.

Es precisamente el miedo (la omnipresencia, la necesidad de Moby Dick diría Carlos Fuentes) el que, a lo largo de su historia, han usado las élites en Venezuela como instrumento esencial para garantizar la gobernabilidad; pastores religiosos, altos funcionarios, gobernantes que dicen ser demócratas, de izquierda o derecha, da lo mismo, se dedican a atizar el fuego, a prevenir a los Venezolanos contra las amenazas que sobre ellos se ciernen.

Miedo, han tenido o tienen los Venezolanos a los que nos oprimen, a los delincuentes, a los mafiosos, hasta a los a los nazis, a los japoneses, a los comunistas de afuera y de adentro, a los terroristas islámicos, miedo a quedarse solos ya que la juventud emigra del país, sin más armas que su voluntad de encontrar una vida digna que en su país se le niega, se van buscando conquistar el derecho al trabajo, el derecho a las oportunidades, pero mas importante. EL DERECHO A LA VIDA.

Miedo a los bandidos  primero y luego a los narcos que nos gobiernan (toda una leyenda se ha hecho en los medios mundiales en torno a ellos) y claro, a los que piensan diferente que, hoy por hoy, constituyen según muchos, la más severa amenaza contra la seguridad interna del estado.

Es el miedo, ese miedo cerval a “los otros”, los que tienen las bolas de levantar la voz en las colas, a aquellos que profesan otra fe, o se visten de otra manera, o viven en otra cuadra incluso del mismo barrio o a los malandros o a los locos que, siempre andan sueltos o a todo aquel que se mira, se siente, se considera extraño lo que hace que en casi todos los hogares de Venezuela haya armas y que cualquiera pueda comprar, sin más requisito que su licencia de conducir, desde una pistola hasta un rifle automático de asalto.

Y fue el miedo –elevado a la categoría del arte y potenciado por la humillación, la frustración, el desempleo y la crisis económica- el que llevó a millones de alemanes, sí, a los descendientes de Bethoven, de Hegel y de Kant, en la década de los 30 a votar, para convertirlo en Canciller, por un oscuro cabo austriaco, Adolfo Hitler, que nunca prometió otra cosa más que la destrucción y la guerra y luego volvió a votar por él para volverlo dictador y despeñarse en un conflicto que costó más de 55 millones de vidas.

“Asegurar, ampliar el espacio vital para la comunidad del pueblo alemán” prometió Hitler a aquellos que se sentían despojados de todo, hasta de la honra y amenazados por múltiples enemigos. 

Para cumplir esa promesa y construir un Reich de mil años, predicaban Hitler, Himmler y su ministro de propaganda, Goebbels, a los alemanes, había que eliminar “razas” enteras; judíos, gitanos, eslavos y también por supuesto opositores políticos internos, comunistas, social demócratas y claro, por qué no y de una vez, homosexuales, enfermos, todos aquellos considerados “indignos”.

El miedo anula la razón; convierte la diferencia en amenaza; apela siempre a la uniformidad, borra las líneas, los rasgos que distinguen a una persona de otra y los vuelve a todos iguales, no puede haber excepciones, no se toleran las excepciones, masa; masa enceguecida de creyentes, de cruzados, de asesinos.

Es el del miedo el discurso de la complicidad, embozada esta, en el llamado a la “defensa de la patria” a la “unidad nacional” cuando en estricto sentido se trata sólo de unidad en torno a un líder, a un proyecto político, a una “raza”, a una ideología que se considera la única válida, la única posible.

Y el miedo y peor en nuestros días, no solamente es fácil de inocular sino que, además, es extraordinariamente virulento y contagioso. 

Tenemos, todos, predisposición genética y cultural para contraer esa perniciosa enfermedad y hay muchos líderes políticos y religiosos que, impunemente, pulsan esas oscuras fibras. 

Por esta nuestra tierra, creo yo, ronda ya ese espectro; ha sido irresponsablemente invocado y de eso escribiré, aquí mismo, la próxima semana.

@EmilyVeraG